Escrito por Elena
Sobre la cuestión de los precios: mis precios en el mercado eran, digamos, de los de gama alta. Había algunos agricultores convencionales con productos de buena presencia que estaban más o menos a la par conmigo en cuanto a precios.
La diferencia entre estos agricultores y yo estaba, además de en el sistema de producción, en la variedad: los agricultores convencionales trabajan dos o tres productos en cantidades mayores (en Asturias, tomate, fréjol y lechuga), mientras que en producción ecológica hay que diversificar mucho más, lo cual es una ventaja para hacer clientes y para no jugártelo todo a unas pocas cartas cuando los precios están a la baja por excedentes de producción. Los tomates pueden estar baratos en agosto porque hay muchos, pero las zanahorias y las remolachas están a buen precio, por poner un ejemplo.
Por lo demás, en la calle las diferencias de precios en la venta directa agricultor/a consumidor/a, están más entre los profesionales, por un lado, y los que venden excedentes de huertas propias, por otro.
Las diferencias de costos de producción entre convencionales y ecológicos son más o menos parecidas en pequeñas superficies de cultivos hortícolas. Los convencionales consumen productos fitosanitarios muy caros en cantidades mayores, los ecológicos más tiempo de trabajo...
Hay una cuestión fundamental para poder vivir de la agricultura: no es sólo cuestión de vender caro o no, sino de manejar cantidades más o menos importantes de producto. Hay que establecer un equilibrio entre ambas cosas. He conocido algun@s “agricultor@s” ecológicos que pretendían vivir muy bien a base de trabajar poco y vender muy caros productos mal cultivados, con poca presencia y calidad. Eso es lo que no funciona.
Por tanto, hay que trabajar, y trabajar bien, y luego defender tus productos y tu trabajo y venderlos a un precio digno.
En resumen, la venta directa es la forma más rápida y sencilla de empezar a comercializar. Produzcas lo que produzcas, en la calle se vende todo, la demanda la puedes crear tú. No es incompatible con otras formas de venta. Yo vendía en la calle, pero también repartía en tiendas y restaurantes y en la cooperativa de comercialización ecológica a la que pertenecía. De todas, la que me permitió subsistir once años fue la calle.